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Opinión 28-07-2025 11:32

La brújula del esfuerzo en tiempos de indiferencia. Dr.Javier Crespo García

La medicina que hoy ejercemos es hija de la razón griega, de la organización romana y de la compasión cristiana, pero también heredera de la sabiduría islámica, de la precisión anatómica del Renacimiento, de las ciencias naturales modernas y del sacrificio de quienes ofrecieron su propio cuerpo en nombre del conocimiento.

 

La medicina que hoy ejercemos es hija de la razón griega, de la organización romana y de la compasión cristiana, pero también heredera de la sabiduría islámica, de la precisión anatómica del Renacimiento, de las ciencias naturales modernas y del sacrificio de quienes ofrecieron su propio cuerpo en nombre del conocimiento. En su historia confluyen escuelas de pensamiento y tradición que abarcan desde Alejandría hasta Bagdad, desde Hipócrates hasta Pasteur, desde monasterios medievales hasta laboratorios contemporáneos. Este linaje múltiple no solo honra a la medicina como ciencia, sino como forma elevada de humanidad: una disciplina que ha trascendido culturas, imperios y épocas para afirmar siempre lo mismo, que cuidar la vida del otro es una de las formas más nobles de usar la propia.
Pero esta herencia, vasta y sagrada, no sobrevive sola. No es un bien inerte. Exige de quienes la reciben el mismo combustible que la ha mantenido viva durante siglos: el esfuerzo. No uno banal ni automático, sino un esfuerzo profundo, vocacional, sostenido incluso en la incertidumbre. Un esfuerzo que no se ve, que no cotiza, que a menudo no se agradece, pero sin el cual la medicina se convierte en una rutina sin alma. Los médicos no solo reproducen protocolos. Son parte de una cadena moral e intelectual que atraviesa siglos y civilizaciones. Cada decisión clínica, cada cuidado en planta, cada duda resuelta en silencio es un eslabón más en esa sucesión de compromisos que ha permitido que la medicina se mantenga como una de las más altas expresiones del conocimiento humano al servicio del otro. Y a veces, ese compromiso se lleva hasta las últimas consecuencias. La historia médica está sembrada de ejemplos donde el avance fue posible porque alguien se atrevió a arriesgarse. Como el cardiólogo alemán Werner Forssmann, que en 1929 se insertó a sí mismo un catéter en el corazón. Como Barry Marshall, que bebió una sopa de bacterias para demostrar el papel del Helicobacter pylori en la úlcera gástrica. Son gestos discretos, a veces temerarios, que fueron necesarios. Porque sin riesgo, no hay descubrimiento, aunque hoy se exijan otras formas de riesgo, como mantener las convicciones científicas a pesar de los escasos resultados inmediatos, como hicieron Katalin Karikó y Drew Weissman (premios Nobel de Medicina en el año 2023), que identificaron una modificación química del ARN mensajero (ARNm). Un trabajo que permitió desarrollar vacunas potentes contra el virus que causa la COVID en menos de un año, lo que evitó decenas de millones de muertes y ayudó al mundo a recuperarse de la peor pandemia en un siglo.
En el mundo clínico, ese riesgo adopta otras formas: dormir poco, exponerse a la fatiga moral, sostener decisiones difíciles, apostar por una línea terapéutica cuando no hay guías claras. Y, sobre todo, seguir creyendo en la dignidad del paciente cuando el sistema parece querer convertirlo en un número. Y sin embargo, incluso en el seno de nuestras propias instituciones, este espíritu se ve cuestionado por una cultura creciente de indiferencia. Somos testigos de una extraña paradoja: muchos se quejan, pocos actúan. Pocos están dispuestos a levantar la voz, a "molestar" con una pregunta incómoda, a participar activamente en iniciativas que miden el pulso real de nuestros servicios, de nuestra especialidad, de nuestra sociedad. ¿Cuántos, realmente, se implican? ¿Cuántos, ante la oportunidad de mejorar, se esconden tras la excusa del tiempo?
Hay quienes afirman que no tienen tiempo para rellenar excels, para compartir experiencias y trabajo. Pero ¿cómo vamos a transformar la práctica clínica si no nos enfrentamos a la verdad de lo que hacemos con nuestros equipos, nuestras consultas, nuestros hospitales? Quizás, como bien señala un colega, nuestras consultas, nuestros hospitales son microcosmos de una sociedad más amplia que ha olvidado cómo se construyen las cosas valiosas: con esfuerzo, con ambición bien entendida, con lealtad, con voluntad comunitaria. Nuestra sociedad, nuestra sanidad, necesita nuestra mirada crítica, pero sobre todo nuestra mano tendida; necesita nuestra voz para comunicar mejor, nuestras ideas para mejorar los procesos, nuestro tiempo para entender qué hacemos bien y qué podemos hacer mejor, nuestro esfuerzo. Ayudar en este propósito es ayudarnos a nosotros mismos: a construir espacios donde ejercer la medicina con sentido, donde los datos sirvan para mejorar la vida de los pacientes, y donde el esfuerzo colectivo se convierta en una herramienta de cambio real. Porque una sociedad científica no es una estructura ajena, sino una prolongación del compromiso de sus miembros. Y cuanto más le demos, más podrá darnos. En esa reciprocidad se construye el futuro.


No nos debemos avergonzar de seguir creyendo en el esfuerzo como brújula. Porque mientras lo hagamos, seguiremos honrando a quienes nos precedieron, cuidando a quienes confían en nosotros, y defendiendo una idea de medicina que aún es uno de los sostenes de nuestra visión del mundo.

 

EFICAD es un ejemplo: una herramienta diseñada para darnos una fotografía real de cómo usamos nuestro recurso más escaso ?el tiempo y la energía humana? y aun así, la implicación sigue siendo escasa. Hay quienes dicen que no tienen tiempo para cargar datos. Pero ¿cómo vamos a transformar la práctica clínica si no nos enfrentamos a la verdad de lo que hacemos con nuestros equipos, nuestras consultas, nuestros hospitales? Quizás, como bien señala un colega, la SEPD es un microcosmos de una sociedad más amplia que ha olvidado cómo se construyen las cosas valiosas: con esfuerzo, con ambición bien entendida, con lealtad, con voluntad comunitaria. Por eso, en este momento de transformación, la SEPD no solo representa una sociedad científica: es también una comunidad de propósito que necesita de todos nosotros para seguir cumpliendo su misión. Necesita nuestra mirada crítica, pero sobre todo nuestra mano tendida; necesita nuestra voz para comunicar mejor, nuestras ideas para mejorar los procesos, nuestro tiempo para entender qué hacemos bien y qué podemos hacer mejor. Ayudar a la SEPD es ayudarnos a nosotros mismos: a construir espacios donde ejercer la medicina con sentido, donde los datos sirvan para mejorar la vida de los pacientes, y donde el esfuerzo colectivo se convierta en una herramienta de cambio real. Porque una sociedad científica no es una estructura ajena, sino una prolongación del compromiso de sus miembros. Y cuanto más le demos, más podrá darnos. En esa reciprocidad se construye el futuro.
No nos debemos avergonzar de seguir creyendo en el esfuerzo como brújula. Porque mientras lo hagamos, seguiremos honrando a quienes nos precedieron, cuidando a quienes confían en nosotros, y defendiendo una idea de medicina que aún es uno de los sostenes de nuestra visión del mundo.

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Comentarios(2):

José Manuel - 28-07-2025

El Dr. Crespo expresa de forma clarividente como la Medicina que disfrutamos es fruto de la sabiduría acumulada durante milenios, del esfuerzo constante de los médicos, los de antes y los actuales. Una profesión siempre respetada pero escasamente apoyada por los responsables de la Sanidad Pública. El humanismo del Dr. Crespo aflora y honra a cuantos tuvimos la suerte de dedicarnos a esta hermosa profesión.

CMM - 27-07-2025

Un art. de los mejores que he leído con gran conocimiento de lo que nos jugamos en la medicina si se sigue abandonando el humanismo y nos apoyamos solo en la robotización. Me parece que es un grito de advertencia que ahora puedes lanzar en libertad desde tu formación y conocimientos que pones diariamente al servicio del paciente.Un escrito que ya les gustaría disponer a los estudiantes de las universidades norteamericanas para poder debatirlo.Creo que no debes dejar de escribir para comunicar Un abrazo